Los dos se habían quedado dormidos bajo aquel fuerte y hermoso roble, sin percatarse de que aquella luz anaranjada del crepúsculo había estado desapareciendo, dejando ahora como reflejo en el lago un manto de estrellas y una luna llena que resplandecía más que cualquier otra noche. Cuando se despertaron, se quedaron embobados por aquella belleza que se encontraba en su alrededor, y se tumbaron en la hierba para disfrutar del espectáculo que les ofrecía la noche.
-Mírame -dijo él. No soy nada en proporción al universo.
Ella cogió su mano derecha e hizo que la alzase hacia el cielo, de modo que parecía que pudiese alcanzar la luna.
-¿Ves como eres más grande de lo que te imaginas? Incluso siendo pequeño, puedes poseer la luna -dijo con una sonrisa pícara mientras le guiñaba el ojo.
-Eres increíble -dijo mientras la abrazaba.
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